Marruecos, país de congostos.
De las playas de Agadir a las de Essaouira. Estrechas carreteras entre monte bajo, polvo y mar azul.
Escrito por Javier (Navegante), fechado el 17 de octubre de 2019.
Una mañana húmeda, con sabor salado en el ambiente, con el sol asomándose entre las montañas de Agadir. Una brisa confortable, que en la madrugada rociaba las plantas del parquing donde pacientemente esperábamos a los riders. Las gramas de los macizos de plantas, aun con el rocío temblando entre sus laceradas hojas, verdeaban en tonos claros dando una sensación de frescor y un agradable olor a mar inundaba las plantas de los jardines. Eran las 9 de la mañana cuando Javier y el resto de amigos del grupo, estaban prestos a dejar pasar el arco inflable de salida, dando comienzo a la nueva aventura. Partíamos los cinco amigos del día anterior, entre calles y semáforos alcanzamos una gasolinera, cerrada por obras, después de una puesta en común de los riders, salíamos persiguiendo el roadbook hacia otra gasolinera que esta vez si estaba en servicio.
Llenos nuestros estómagos de nuestro bien apreciado brebaje, sonrientes los riders y fresca la mañana, estábamos a punto de retomar el camino, y entre callejas fuimos sorteando las casas desparramadas de la urbe atlántica. En seguida tomamos una carretera vecinal, que ascendía en las laderas de las montañas que acechaban Agadir. Las desperdigadas casas daban paso a montes bajos de hergenes, lentiscos y arganes, bastante raquíticos la verdad. Entre ellos, como sujentándose a la poca tierra llana de la ladera, olivos y alcornoques. El monte bajo parecía mustio, como ocultando su esplendor al otoño venidero. Los espinos aún verdean entre el moribundo marrón del argán.
Acabamos de coronar un pequeño puerto, apenas 16 kilómetros y hemos ascendido 538 metros, desde nuestra salida al nivel del mar. La carretera, llenas de baches y estrecha, serpentea entre laderas de otoñales arbustos y de pequeñas aldeas de casas salteadas. En Alma tomamos la P-1001, que juguetea entre valles de pequeños arroyos, ascendemos por cauce del Assersif, que abandonamos en la segunda cumbre del día, y que nos da paso al valle de Tamzergourte, desde aquí todo es subida mientras rozamos los cauces del Tamraght y del Ankrim, hasta llegar al Valle del Paraíso, que forma el mismo rio Ankrim. Paralelos a su cauce seguimos ascendiendo hasta su nacimiento y aún vamos mas allá, en busca de las cúspides del día a 1239 metros, poco después abandonamos la P-1001, para tomar la P-1000A, que nos llevara al parging de las cascadas de Immouzer. Parada obligada para ver las cascadas, que apenas llevan un hilo de agua y no son el espectáculo que debieran en tiempos de lluvias.
Después de una media hora, retomamos la ruta del hoy, abandonamos el aparcamiento de las las cascadas, son las 12:06 de la mañana, brilla el sol y la temperara es dulce, como los dátiles que cuelgan de los secaderos. Atravesamos el cauce del arroyo Ankrim y seguimos su descenso por una angosta cañada, alcanzamos el primer CP del día, donde sellamos y comentamos los paisajes con José. Proseguimos viaje con sinuosas curvas que rondamos al sol de las notas del susurro del viento en nuestros cuerpos, el aire parece acompasarse entre los radios de mis llantas, llegándome sonidos a guitarras y cueros. Desembocamos en el rio Tamri, igual que su pequeño afluente, nos unimos a el en un mar de serpenteantes meandros, que gustosos acompañamos por nuestro asfaltado camino.
La P-1000A nos sorprende con su trazado revirado y también con curiosas costumbres que destaca Javier, acercándose de forma sombrada a mi:
- Mira Blanquita, hay mesas y sillas en el cauce del rio, los visitantes de estos cafés meten sus pies en el rio, mientras degustan un te verde con hierbabuena o un café y sus pastas. Admirando las gargantas infinitas de estos montes y con un tiempo agradable, quizás sea una buena parada.
Compruebo, mirando por el rabillo del faro, que en efecto, en los remansos del rio, sillas y mesas, colocadas al efecto de formar grupos de cuatro, esperan en el rio a que un paseante disfrute de el fresco del agua del Tamri.
Pasamos gargantas, valles y puertos. Ascendemos y bajamos pegados a la tierra salpicada de arbustos, olivos y árboles de hoja caduca, carreteras estrechas, de asfaltos blanquecinos, rotos por la intemperie, arroyados por los torrentes de aguas y quebrados por su enloquecido paso. Brevemente coinciden la P-1002 y la P-1000A, para separarse y seguimos por la P-1000A buscando el cauce del rio Ougar. Descendemos por la ladera que forma el cauce y en su lecho, una presa forma el embalse de Moulay Abdellah. Cruzamos el pretil de la presa, con sus badenes, admirando el profundo costado de la pared que sujeta la enorme cantidad de agua, y allá, en el fondo el rio, orgulloso de su reten, brota entre rocas y meandros, perdiéndose en las gargantas del horizonte. Son las 13:10 y hemos descendido hasta los 214 metros en la presa del embalse.
Pasan los minutos y enlazamos con la RN-1, que abandonamos para acceder a una estrecha pista que nos llevara a la P-1000, muy cerca de su conexión con la RN-1. Descendemos hacia el mar, para llegar a Imsouane, donde paramos y hacemos un descanso, admirando el azul mar que ocupa el horizonte. Tocamos por primera vez en el día, la mínima cota, casi al nivel del mar. Media hora de descanso y los riders deciden que es hora de continuar, retomamos la carretera hasta que pasada la aldea de Tilit llegamos a la unión con la P-2201, en el cruce abandonamos la P-1000 y nos adentramos en otra estrecha carretera que bordea la costa atlántica. Llegamos a la P-2236 que dejamos a nuestra derecha y continuamos ahora por la pista en la que se convierte la P-2201, es ancha y salteada de pequeñas piedras y gargajeras, se avanza a buen ritmo y vamos con el mar a nuestra izquierda.
Solo perturbado por el asfalto de la P-2226, que confluye unos cientos de metros con nuestra pista, seguimos en faena. Se suceden los tramos ascendentes y revirados, con el mar como testigo de nuestro paso. Aparecen tramos de arenas finas y profundas, como talco, Javier apreta los puños y siento que se yergue sobre los estribos, mientras me dice:
- Tramos de arena blanda, Blanquita que sea lo que tenga que ser, seguimos camino, culo atrás y algo de gas...
Sorprendida por la decisión de Javier, entramos en el talco y mientras se hunden las ruedas hasta por encima de la llanta y el polvo se arremolina a nuestro alrededor, avanzamos dejando un profundo surco a nuestro paso. Javier ha vencido su miedo y seguimos siendo dos tortugas nos siguen pasando todos los que nos alcanzan, pero despacio, sin arriesgar, pero sin parar, vamos aprendiendo a superar los obstáculos del camino. De cuando en cuando alcanzamos a Niasio, Rodrigo y Edu, que hacen altos en el camino para esperarnos. Esto reconforta a Javier y le da nuevas fuerzas, continuamos juntos durante algunos agradables minutos, hasta que nos vuelven a dejar atrás, pero sabemos que en breve nos volveremos a encontrar:
- Blanquita reconforta tener amigos que te esperan en los recodos del camino, a pesar de mi inexperiencia, siguen esperándoos una y otra vez. Me siento muy acompañado con unos amigos como estos. Quizás las motos sean la mejor manera de respetar a todos, bajos, altos, jóvenes y no tan jóvenes, expertos y no tanto, estamos unidos por una pasión, que a menudo nos devora y que seguro nos afianza en nuestra amistad.
En algunos cruces o situaciones complicadas, allí están los amigos, esperando o hablando para decidir por donde sigue el camino. Llegamos a un recodo del camino, esta vez el cauce de un arroyo, seco, se interpone y tenemos que hacer un desvío para continuar el camino, esperando están Nicasio y Rodrigo, que hablan calurosamente, llegamos a su encuentro y nos sumamos a las dudas de por donde hemos de seguir. Javier de forma resuelta, busca en la roadbook las viñetas siguientes, hasta dar con un "waypoint" marcado en una de ellas, ni corto ni perezoso mete el punto en el GPS y se aclaran las dudas, el camino correcto es el que los tres amigos sospechaban, hay que seguir adelante. Mientras salen los dos amigos primero, llega a nuestra altura Edu, que tomó el camino equivocado y habla con Javier, que le informa del bueno, Edu por su parte comenta que el camino equivocado además es muy complicado y había mucha arena fina muy profunda, que han tenido que volver porque terminaba en una cantera. Sus expresiones son contundentes, mala opción la que eligió. Salimos juntos y después de una pequeña cuesta, el llano se hace visible, damos paso a Edu y continuamos detrás suya, mientras poco a poco se aleja de nosotros.
Pasamos un tractor cisterna, posiblemente sea de la cantera, y con el agua de su cisterna moje los caminos de acceso a la misma para evitar que el polvo haga imposible la circulación. Adelantamos el vehículo articulado, dejando un pequeño terraplén a nuestra izquierda y continuamos hasta un grupo de riders que conversan al amparo del asfalto que comienza.
El cruce representa la unión de las P-2201 y la P-2222, desde este momento la P-2201, por la que seguimos es ya asfalto. Llevamos 200 kilómetros en el día y aunque notamos el mar cerca, hemos entrado en el interior y no lo tenemos a la vista. Tornamos rumbo este, para en unos 4 kilómetros volver a ver el azul en el horizonte, entre nosotros y el mar, playas de tostada arena, casas de adobe, cañas y pequeños huertos, entre parcelas de cultivo de cereal, ahora convertidas en rastrojos. Tomamos paralelos a la playa para llegar al segundo CP, en donde paramos a sellar.
- Blanquita, aquí estaremos un rato, vamos a comer y descansar un poco, quedan unos 24 kilómetros de ruta para llegar al fin de la etapa.
Después de una hora, asoman los riders a la explanada del aparcamiento, con el mar a sus espaldas, han comido y están relajados, las motos nos amontonamos en la explanada esperando, otras ya marcharon. Ponemos rumbo 12º, casi al norte, para separarnos de la playa, según avanzamos hacia el fin de la etapa, nos adentramos en el interior para enlazar con la RN-01, que en este tramo toma el nombre de Ruta de Agadir. Tomamos entonces dirección al mar, entramos en las postrimeras de Essaouira, avanzamos unos metros paralelos a la playa y entramos en el reservado del hotel, donde quedamos en nuestro eterno duermevela. Los riders desaparecen para descansar y el silencio da paso al alboroto de los motores explotando en miles de bocanadas de gasolina y oxigeno. Se hace la noche y se confunde el mar con el oscuro cielo, todo está en calma y las estrellas se asoman temerosas del sol que las oculta. Mañana sera otro día.